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¿Por qué Gollum no atacó a Bilbo cuando lo encontró?

¿Por qué Gollum no atacó a Bilbo cuando lo encontró?

Descubre por qué Gollum no atacó a Bilbo Bolsón en «El Hobbit» y cómo este encuentro cambió el destino de la Tierra Media.

Índice:

  • La naturaleza de Gollum: más que un monstruo
  • El hambre de Gollum y la prudencia del depredador
  • El poder del Anillo: una fuerza invisible
  • El juego de los acertijos: una vieja costumbre
  • El miedo y la superstición
  • Bilbo: la sorpresa del destino
  • El peso del azar y del destino
  • La corrupción del alma y la compasión
  • El simbolismo del encuentro
  • Conclusión: un gesto que cambió el mundo
  • Otros artículos sobre el Señor de los Anillos

Hay encuentros que parecen triviales, pero terminan definiendo el curso del mundo.

El momento en que Bilbo Bolsón se topa con Gollum en las profundidades de las Montañas Nubladas es uno de esos instantes que marcan un antes y un después en la historia de la Tierra Media.

Muchos lectores se preguntan: ¿por qué Gollum no atacó a Bilbo en cuanto lo vio?

Después de todo, Gollum no era precisamente una criatura amigable.

Era furtivo, hambriento y obsesionado con su “tesoro”, el Anillo Único.

Y, sin embargo, en lugar de abalanzarse sobre el hobbit, decidió jugar a los acertijos.

Este detalle, aparentemente insignificante, esconde una red de razones psicológicas, simbólicas y narrativas que vale la pena explorar.

La naturaleza de Gollum: más que un monstruo

Para entender por qué no atacó, primero debemos comprender quién era Gollum realmente.

Gollum no siempre fue esa criatura retorcida y temerosa de la luz.

En otro tiempo, había sido Sméagol, un ser de una raza similar a los hobbits, curioso y risueño, amante de los secretos y de los lugares oscuros junto al río.

Pero el Anillo lo corrompió, lo devoró por dentro, hasta transformarlo en un ser de sombras.

Aun así, en su interior persistía una chispa de humanidad.

Esa dualidad entre Gollum y Sméagol, entre la maldad y el recuerdo de lo que fue, explica en parte su reacción ante Bilbo.

Porque, aunque vio a un posible enemigo, también vio a una criatura semejante, pequeña, desarmada, perdida.

Y esa similitud despertó algo más que su instinto depredador: despertó su curiosidad.

El hambre de Gollum y la prudencia del depredador

No olvidemos que Gollum vivía aislado, alimentándose de peces crudos y de vez en cuando de algún trasgo despistado.

Cuando encontró a Bilbo, tenía hambre, sí, pero también tenía miedo.

Las cavernas estaban llenas de criaturas más grandes y más terribles que él.

Atacar sin entender quién o qué era Bilbo podría costarle caro.

Por eso decidió observar, tantear, probar.

Su mente, aunque distorsionada, seguía siendo astuta.

El juego de los acertijos no fue solo una distracción: fue una prueba.

Gollum quería descubrir si ese pequeño ser era un peligro o una presa fácil.

Y, en cierto modo, esa prudencia lo salvó… al menos por un tiempo.

El poder del Anillo: una fuerza invisible

Otro elemento crucial en este encuentro es, por supuesto, el Anillo Único.

Cuando Bilbo lo encuentra, aún ignora su verdadero poder.

Pero el Anillo, incluso entonces, influye en los corazones y las acciones.

No solo en quien lo porta, sino también en quienes lo codician.

Gollum, sin saber que Bilbo ya lo tenía, sintió su ausencia, como un vacío insoportable.

Y ese vacío lo confundió.

Su mente, atada al Anillo por siglos de obsesión, no podía pensar con claridad.

Esa confusión fue una de las razones por las que no atacó de inmediato.

En el fondo, sentía que había algo extraño en Bilbo, algo que no comprendía, y eso lo detuvo.

El juego de los acertijos: una vieja costumbre

Más allá de la tensión y el peligro, el encuentro entre ambos se tiñe de una extraña cortesía antigua.

En el mundo de Tolkien, los acertijos no son simples pasatiempos: son una forma ancestral de duelo verbal, un juego de ingenio que se remonta a las leyendas nórdicas.

Cuando Gollum propone jugar, no lo hace solo por diversión.

Sigue un código no escrito, una tradición que exige respeto mutuo mientras el juego dure.

Durante ese momento, la violencia queda suspendida.

Es como si la sombra de Sméagol emergiera de entre las tinieblas, recordando una época en la que aún era civilizado.

El hecho de que Bilbo acepte el desafío refuerza este lazo temporal.

Por un breve instante, dos seres completamente distintos se encuentran en igualdad de condiciones.

Y esa igualdad aplaza la agresión.

El miedo y la superstición

Gollum no era valiente.

Su vida bajo tierra lo había llenado de miedos y supersticiones.

Cuando Bilbo apareció, con su aspecto extraño y su voz diferente, Gollum no supo si era un espíritu, un trasgo, o algo peor.

En las profundidades donde no llega la luz, las historias sobre criaturas terribles se mezclaban con la realidad.

Así que antes de lanzarse al ataque, prefirió asegurarse.

El miedo lo hizo cauteloso, casi servil.

Y aunque en su interior bullía la furia por haber perdido el Anillo, la incertidumbre lo paralizó.

Bilbo, sin proponérselo, encarnó lo desconocido, y lo desconocido siempre infunde temor.

Bilbo: la sorpresa del destino

Bilbo no era un héroe en el sentido clásico.

Era un hobbit tranquilo, amante de las pipas y los desayunos dobles.

Pero el encuentro con Gollum marcó el inicio de su transformación.

Su ingenio, su calma y su inocencia desarmaron al monstruo más de lo que lo habría hecho una espada.

Cuando Gollum lo vio, no vio a un enemigo feroz, sino a una víctima inesperada, casi inofensiva.

Y esa percepción lo descolocó.

Bilbo no encajaba en su mundo de sombras, ni como presa ni como amenaza.

Era algo distinto, algo que rompía las reglas del miedo y del poder.

El peso del azar y del destino

Tolkien creía profundamente en el poder del destino y en la intervención de la providencia.

Nada en su obra ocurre por simple casualidad.

El hecho de que Bilbo encontrara el Anillo, y de que Gollum no lo matara, no fue un accidente, sino una pieza del gran diseño que conduciría al final del Anillo Único.

La piedad de Bilbo —esa decisión de no matar a Gollum cuando tuvo la oportunidad— fue posible precisamente porque Gollum no lo atacó primero.

Era como si una fuerza superior hubiera intervenido para mantener viva esa cadena de eventos que culminaría décadas después con Frodo y el Monte del Destino.

En palabras de Gandalf: “La lástima de Bilbo puede decidir el destino de muchos.”

La corrupción del alma y la compasión

Hay un aspecto profundamente humano en todo esto.

Gollum, aunque deformado por el Anillo, sigue siendo una criatura trágica.

Y Bilbo, sin saberlo, lo percibe.

Quizá en su corazón sintió pena por aquel ser retorcido y solitario.

Esa compasión lo salvó, pero también salvó al mundo.

Porque en un universo donde todo parece gobernado por la violencia, la piedad se convierte en la fuerza más poderosa.

Gollum, en su confusión, no atacó porque en el fondo había una chispa que aún reconocía lo que era el bien.

Y Bilbo, en su bondad natural, fue capaz de responder con empatía.

Esa conexión, mínima pero real, cambió la historia de la Tierra Media.

El simbolismo del encuentro

Desde una perspectiva simbólica, el encuentro entre Bilbo y Gollum representa la lucha interna entre la luz y la oscuridad.

Gollum es el espejo de lo que Bilbo podría llegar a ser si sucumbiera al poder del Anillo.

Cuando ambos se observan en la penumbra, no solo se enfrentan dos seres, sino dos futuros posibles.

Bilbo vence no por la fuerza, sino por su capacidad de resistir la corrupción.

Y Gollum, incapaz de hacerlo, queda prisionero de sí mismo.

El hecho de que no lo atacara simboliza una tregua entre esos dos mundos: el de la inocencia y el de la perdición.

Conclusión: un gesto que cambió el mundo

Entonces, ¿por qué Gollum no atacó a Bilbo?

Porque era una criatura desgarrada entre el odio y el recuerdo del amor, entre el hambre y la prudencia, entre el instinto y la costumbre.

Porque el Anillo lo confundió, lo debilitó y lo hizo dudar.

Porque el destino quiso que ese momento fuera un punto de inflexión en la historia de la Tierra Media.

Y, sobre todo, porque la humanidad de ambos —la que Gollum había perdido y la que Bilbo aún conservaba— se reconoció mutuamente en la oscuridad.

A veces, el destino del mundo pende de un solo hilo: una decisión de no atacar, una mirada de compasión, un instante de duda.

Y en ese momento, bajo las montañas, la oscuridad se detuvo un segundo para contemplar la luz.

Un segundo que cambió el curso de toda la historia.


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