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Desde los primeros minutos, Tully te invita a observar la maternidad sin filtros, sin romanticismos ni adornos.
Lo hace con una sinceridad que descoloca, con una mirada íntima hacia ese cansancio invisible que muchas madres cargan en silencio.
La película, dirigida por Jason Reitman y escrita por Diablo Cody, es una exploración emocional que penetra en las grietas del alma de una mujer agotada por la rutina, la culpa y el amor sin descanso.
Charlize Theron ofrece una interpretación magistral, física y emocionalmente devastadora, que se convierte en el corazón palpitante de la historia.
Resumen de Tully (2018)
Marlo (Charlize Theron) es una madre de tres hijos, con un marido amable pero distraído y un agotamiento que se percibe en cada gesto.
La llegada de su tercer bebé la sumerge en un caos doméstico tan real que casi puede olerse el café frío y los pañales acumulados.
La película no se interesa en idealizar la maternidad, sino en mostrar su lado más crudo: la depresión postparto, la desconexión con el propio cuerpo y el olvido de la identidad personal.
Su hermano, interpretado por Mark Duplass, percibe la fatiga de Marlo y le ofrece una solución peculiar: contratar a una niñera nocturna llamada Tully.
Tully (Mackenzie Davis) llega como un soplo de aire fresco, una joven radiante, empática y libre que se ocupa del bebé mientras Marlo descansa.
Poco a poco, Tully empieza a cuidar también del alma de Marlo, recordándole quién fue antes de ser madre, antes de que la vida la devorara.
Las dos mujeres construyen una relación íntima y casi mágica, llena de confidencias nocturnas y momentos de ternura que rozan lo surrealista.
Tully no solo limpia la casa o alimenta al bebé: también despierta en Marlo una chispa dormida, una alegría que creía perdida en la rutina.
La película avanza con un tono casi etéreo, donde lo cotidiano se mezcla con lo onírico, y lo emocional se vuelve difuso.
A través de escenas cotidianas —una ducha, un viaje en coche, una conversación a medianoche—, la película nos arrastra hacia una revelación inesperada.
La crítica: maternidad, identidad y agotamiento
Tully no busca ser complaciente.
Su poder reside en mostrar la verdad incómoda que muchas películas sobre la maternidad prefieren ocultar.
El cansancio físico se vuelve metáfora del vacío emocional de una mujer que siente que se ha borrado detrás del papel de madre.
Theron transforma su cuerpo, su rostro y su voz para transmitir ese peso: la mirada apagada, la respiración entrecortada, el gesto de quien se aferra a la cordura con las uñas.
El guion de Diablo Cody —ya conocida por Juno y Young Adult— combina ironía, melancolía y una ternura casi dolorosa.
Aquí, la maternidad no es una bendición perfecta, sino una renuncia constante, un equilibrio entre amor y pérdida.
Cada diálogo entre Marlo y Tully está cargado de significados ocultos, de frases que parecen simples pero encierran verdades devastadoras sobre la identidad femenina.
La dirección de Reitman mantiene un tono íntimo, evitando los excesos melodramáticos y apostando por la naturalidad de los gestos, la textura de los espacios y la luz tenue de la noche.
La casa de Marlo, desordenada y real, se convierte en un espejo de su mente: un espacio saturado, lleno de ruido, pero con pequeños rincones de ternura.
La banda sonora, discreta pero emotiva, acompaña sin manipular, dejando que los silencios pesen tanto como las palabras.
En su conjunto, Tully es una película incómoda pero necesaria, que abre un diálogo sobre el sacrificio silencioso de las mujeres en la crianza y el precio de la perfección impuesta.
El simbolismo de Tully
A medida que la relación entre ambas mujeres crece, el espectador percibe una sensación de extrañeza.
Tully parece saber demasiado, anticiparse a los pensamientos de Marlo, conocer sus gustos y su historia con una familiaridad inquietante.
Su presencia tiene un halo de irrealidad, como si fuera una proyección más que una persona tangible.
La joven encarna todo lo que Marlo fue: su espíritu libre, su sensualidad, su capacidad de soñar sin miedo.
En realidad, Tully no es una niñera cualquiera, sino la manifestación simbólica de la juventud perdida de Marlo.
Ella representa la versión idealizada de su pasado, el recuerdo de una mujer que aún creía en sí misma.
Este giro narrativo redefine toda la película, revelando que las conversaciones entre ambas no eran más que un diálogo interno entre la Marlo del presente y la Marlo del pasado.
La aparición de Tully funciona como un acto de autoterapia inconsciente, una forma de reconciliación con la mujer que fue y la madre que es ahora.
Final explicado de Tully
El clímax de la historia llega cuando Marlo, impulsada por Tully, decide reencontrarse con esa versión de sí misma y recuperar algo de su antigua libertad.
Ambas salen a conducir, como si escaparan de la rutina, pero el viaje termina en un accidente que pone en peligro sus vidas.
En el hospital, la verdad se revela: Tully no existe.
Es una creación mental de Marlo, un desdoblamiento de su mente agotada, un refugio imaginario para soportar el peso de la maternidad.
El accidente simboliza el choque brutal entre realidad y fantasía, entre la necesidad de escapar y la obligación de quedarse.
Cuando su marido llega al hospital, se muestra comprensivo y lleno de ternura, ayudándola a recomponerse, lo que sugiere una reconexión emocional entre ambos.
El final, lejos de ser trágico, se siente liberador.
Marlo, aunque sigue cansada, ha aprendido a aceptar su fragilidad y a mirar su vida con más compasión.
El último plano, con ella preparando la comida mientras su hijo la observa, resume la esencia del mensaje: no hay perfección, solo presencia y amor.
Tully desaparece, pero su huella permanece como una parte sanada del alma de Marlo.
El espectador comprende que la maternidad no necesita héroes, sino humanidad.
Reflexión final
Tully es una película sobre la reconciliación interna, sobre aprender a coexistir con las distintas versiones de uno mismo.
Es un relato sobre la soledad moderna, la pérdida del yo y la dificultad de pedir ayuda en un mundo que exige sonreír todo el tiempo.
Su fuerza está en su honestidad emocional, en esa valentía para mostrar lo que duele sin edulcorarlo.
Cada plano parece respirar la fatiga acumulada de una mujer que ama, pero que también necesita ser amada y reconocida.
Charlize Theron y Mackenzie Davis forman un dúo hipnótico, casi místico, que convierte lo cotidiano en una experiencia poética.
El espectador no solo observa, sino que se refleja, especialmente quienes han sentido alguna vez el peso invisible de las expectativas.
La maternidad, en Tully, no es un destino ni un castigo: es un viaje de autodescubrimiento lleno de contradicciones y belleza.
La película no busca respuestas fáciles, sino comprensión, un recordatorio de que cuidarse también es un acto de amor hacia los demás.
En última instancia, Tully (2018) nos invita a mirar con ternura nuestras propias fracturas, a aceptar que incluso en el cansancio más profundo puede florecer una nueva versión de nosotros mismos.
Porque, al final, todos tenemos una Tully que nos susurra desde dentro: “Aún estás aquí, sigues siendo tú, solo necesitas recordarlo.”


















