Índice:
- Un título que ya inquieta
- Una trama de fuego, redención y supervivencia
- Angelina Jolie y su regreso al terreno dramático
- Los antagonistas: frialdad con rostro humano
- El fuego como personaje
- Una dirección sobria y sin adornos innecesarios
- Un guion que podría haber dado más
- Una fotografía que hipnotiza
- El sonido: un susurro que se convierte en rugido
- ¿Vale la pena verla?
- El mensaje entre las llamas
- Conclusión: un fuego que no se apaga
- Artículos relacionados
Hay películas que pasan sin dejar rastro, y hay otras que, sin ser perfectas, logran quedarse en la mente por su intensidad emocional y su capacidad de hacerte reflexionar.
Aquellos que desean mi muerte pertenece a esa segunda categoría.
No es una historia para todos los públicos.
Es una de esas películas que dividen opiniones, que provoca tanto admiración como decepción, dependiendo de las expectativas con las que uno se sienta frente al televisor.
Pero… ¿vale realmente la pena verla?
Esa es la pregunta que vamos a desgranar con calma, analizando su argumento, su ritmo, sus interpretaciones y, sobre todo, lo que intenta decir entre líneas.
Un título que ya inquieta
Desde el primer instante, el título Aquellos que desean mi muerte genera curiosidad y desasosiego.
No se trata de una frase cualquiera: suena como una amenaza, pero también como una confesión.
El espectador, sin saber nada más, ya está dentro de un universo de peligro, persecución y culpa.
Y eso es precisamente lo que la película intenta construir desde su inicio: una atmósfera de vulnerabilidad en la que nadie está completamente a salvo.
Una trama de fuego, redención y supervivencia
La película —dirigida por Taylor Sheridan— nos presenta a Hannah Faber, interpretada por Angelina Jolie, una bombera forestal marcada por un error del pasado.
Ella vive aislada, intentando encontrar sentido tras haber fallado en salvar vidas en un incendio anterior.
Cuando un niño aparece en su camino, huyendo de dos asesinos despiadados, su mundo se sacude de nuevo.
En ese cruce de destinos, el fuego, la naturaleza y la redención se entrelazan en un thriller con tintes humanos, más interesado en la emoción que en la acción desmedida.
El guion, sin embargo, no es su punto más fuerte.
A ratos se siente apresurado, incluso fragmentado.
Pero Sheridan, fiel a su estilo, logra mantener una tensión constante que no depende del ruido ni de los efectos, sino del silencio, la soledad y las decisiones límite.
Angelina Jolie y su regreso al terreno dramático
Hablar de esta película sin mencionar a Angelina Jolie sería un sacrilegio.
Después de varios años alejada de los grandes papeles de acción, su retorno con Aquellos que desean mi muerte tiene un matiz especial.
No es una heroína invencible, sino una mujer quebrada, cansada, pero con un corazón indomable.
Su interpretación combina fragilidad y determinación, mostrando que la verdadera fuerza no siempre está en los músculos, sino en la voluntad de levantarse tras caer.
Hay algo profundamente humano en su mirada.
Esa mezcla de culpa y esperanza convierte a Hannah en un personaje creíble, imperfecto y cercano, a pesar del entorno hostil que la rodea.
Los antagonistas: frialdad con rostro humano
Los villanos, interpretados por Nicholas Hoult y Aidan Gillen, son un dúo inquietante.
No son caricaturas del mal, sino profesionales del crimen que ejecutan sus órdenes con precisión quirúrgica.
Su crueldad no necesita gritos; basta una mirada o un gesto para transmitir peligro inminente.
Esa contención los hace aún más aterradores.
Son como el fuego que no ves venir hasta que te envuelve, silenciosos pero devastadores.
El fuego como personaje
Más allá de los humanos, hay otro protagonista que domina la pantalla: el fuego.
No solo es un elemento destructivo, sino un símbolo.
Representa el pasado que consume, los errores que arden, la purificación y la posibilidad de empezar de nuevo.
Sheridan lo filma con respeto casi espiritual.
Cada chispa, cada nube de humo parece una metáfora del alma de Hannah, que lucha por no consumirse.
El fuego se convierte en un juez implacable, un espejo de la conciencia que exige rendición o renacimiento.
Una dirección sobria y sin adornos innecesarios
Taylor Sheridan, conocido por su trabajo en Wind River y Sicario, vuelve a demostrar que domina el arte de narrar historias de frontera moral.
Su estilo es directo, sin artificios.
No busca impactar con pirotecnia visual, sino con intensidad emocional y un tono casi poético.
El paisaje boscoso, los silencios prolongados y las miradas cargadas de significado refuerzan la sensación de aislamiento y peligro.
Cada plano parece respirarte encima.
Y aunque algunos momentos del guion puedan parecer predecibles, la atmósfera que construye compensa cualquier debilidad estructural.
Un guion que podría haber dado más
Aquí es donde el debate se enciende.
Muchos críticos y espectadores han señalado que la historia prometía más de lo que finalmente ofrece.
Y es cierto.
El conflicto central se resuelve con cierta rapidez, sin la profundidad emocional que uno podría esperar.
Sin embargo, lo que pierde en complejidad narrativa lo gana en intensidad sensorial.
La película no pretende ser un rompecabezas intelectual, sino una experiencia visceral.
Una historia sobre cómo el instinto de protección puede vencer al miedo, incluso cuando el pasado todavía quema.
Una fotografía que hipnotiza
La fotografía de Ben Richardson merece un párrafo aparte.
Cada plano está impregnado de luz natural, con una paleta de tonos terrosos y dorados que evocan tanto la belleza como el peligro del bosque.
El fuego no solo ilumina, sino que devora el color, recordando que en la naturaleza la destrucción y la vida conviven en un equilibrio frágil.
La cámara nunca abusa del espectáculo: observa, acompaña y deja respirar la escena.
Eso convierte a la película en una especie de poema visual sobre la supervivencia.
El sonido: un susurro que se convierte en rugido
Uno de los aspectos más subestimados de Aquellos que desean mi muerte es su diseño sonoro.
No hay una banda sonora invasiva ni efectos innecesarios.
El sonido del viento, las ramas quebrándose, el rugido del fuego y los latidos del corazón se mezclan en una sinfonía natural.
Esa mezcla crea una inmersión total, haciendo que el espectador sienta el calor, el miedo y la soledad de los personajes.
Es cine que se escucha tanto como se ve.
¿Vale la pena verla?
Llegamos a la pregunta crucial: ¿vale la pena ver Aquellos que desean mi muerte?
La respuesta depende de lo que busques.
Si esperas una película de acción trepidante, con ritmo vertiginoso y explosiones constantes, probablemente no sea para ti.
Pero si te atraen las historias de redención silenciosa, de personajes que se enfrentan a su pasado y encuentran fuerza en medio del caos, entonces sí, vale mucho la pena.
Es una obra que se disfruta más desde la empatía que desde la adrenalina.
Una cinta que no grita, sino que susurra.
Y en esos susurros, deja una huella más profunda de lo que aparenta.
El mensaje entre las llamas
Más allá de su argumento, la película deja una enseñanza poderosa: no importa cuán devastador sea el fuego de tu pasado, siempre hay una posibilidad de renacer de las cenizas.
Hannah no solo salva a un niño; se salva a sí misma.
Y eso convierte la historia en algo más que un thriller.
Es una parábola sobre la culpa, el perdón y la resistencia del espíritu humano.
Una historia que arde en silencio, pero que deja brasas encendidas en la memoria del espectador.
Conclusión: un fuego que no se apaga
Aquellos que desean mi muerte no es una obra maestra, pero tampoco lo pretende.
Es una película imperfecta, sí, pero con alma.
Y en tiempos donde el cine suele priorizar el ruido sobre la emoción, eso es algo que vale oro.
Tiene el coraje de hablar del dolor sin dramatismos, de mostrar la vulnerabilidad como forma de fuerza.
Y cuando el fuego se apaga y la pantalla queda en negro, lo que queda no es miedo, sino un extraño consuelo.
Un recordatorio de que, incluso cuando todo parece perdido, siempre hay algo dentro de nosotros que se niega a morir.
¿Vale la pena?
Sí.
Porque a veces lo que más necesitamos no es una historia perfecta, sino una que nos haga sentir vivos.


















